Conferencia episcopal francesa 1973

La actitud de los cristianos respecto al judaísmo

Orientaciones pastorales del Comité episcopal para las relaciones con el judaísmo, publicadas por la Conferencia episcopal francesa

(16 de abril 1973)

I. La existencia judía interroga la conciencia cristiana

(…) La Iglesia que se gloría del nombre de Jesucristo y que, por él, se encuentra unida desde su origen y para siempre al pueblo judío, percibe en la existencia secular e ininterrumpida de este pueblo un signo que ella quisiera comprender con toda certeza. (…)

El 28 de octubre de 1965, el Concilio Vaticano II promulga solemnemente la declaración Nostra Aetate que contiene un capítulo sobre el pueblo judío. Reafirmamos la importancia de este texto, en el que recuerda que la Iglesia se nutre de la raíz del olivo bueno sobre el que han sido injertadas las ramas del olivo salvaje que son los gentiles. Nos incumbe como Comité episcopal para las relaciones con el judaísmo, manifestar la trascendencia actual de esta declaración e indicar las aplicaciones.

La toma de posición conciliar debe ser considerada más como un comienzo que como un término. Marca un giro en la actitud cristiana respecto al judaísmo. Abre un camino y nos permite tomar la exacta medida de nuestra tarea.

La declaración se apoya sobre un retorno a las fuentes de las Escrituras, rompe con la actitud de todo un pasado. Llama en adelante a una mirada nueva de los cristianos hacia el pueblo judío, no solamente en el orden de las relaciones humanas sino también en el orden de la fe. (…)

III. La vocación permanente del pueblo judío

No es posible mirar la “religión” judía simplemente como una de las religiones que existen sobre la tierra. Por el pueblo de Israel la fe en el Dios único se ha inscrito en la historia de la humanidad. Por él el monoteísmo ha llegado a ser, aunque con ciertas diferencias, el bien común de las tres grandes familias que se glorían de la herencia de Abrahan: judaísmo, cristianismo, islam.

Según la revelación bíblica, es Dios mismo quien ha constituido a este pueblo, le ha educado e instruido sobre sus designios, sellando con él una Alianza eterna (Gn 17,7) y haciendo descansar sobre él una llamada que san Pablo califica de irrevocable (Rm 11,29). Le debemos los cinco libros de la Ley, los Profetas y los otros libros sagrados que completan el mensaje. Después de haber sido unidos por la tradición, escrita y oral, estas enseñanzas fueron recibidas por los cristianos sin que los judíos hubiesen sido despojados de ellas.

Aún sí, para el cristianismo, la Alianza es renovada en Jesucristo, el judaísmo debe ser mirado por los cristianos como una realidad, no sólo social e histórica, sino sobre todo religiosa; no como la reliquia de un pasado venerable y acabado, sino como una realidad viva a través del tiempo. Los signos principales de esa vitalidad del pueblo judío son: el testimonio de su fidelidad colectiva al Dios único, su fervor para escrutar las Escrituras para descubrir a la luz de la Revelación, el sentido de la vida humana, su búsqueda de la identidad en medio de otras personas, su esfuerzo constante por una comunidad reunificada. Estos signos son para nosotros cristianos, un interrogante que toca el corazón de nuestra fe ¿cuál es la misión propia del pueblo judío en el plan de Dios? ¿Cuál es la esperanza que le anima, y en qué difiere o se acerca a la nuestra?

V. Acceder a una comprensión justa del judaísmo

Los cristianos deberían adquirir un conocimiento verdadero de la vivencia de la tradición judía.

Una catequesis cristiana verdadera debe afirmar el valor actual de la Biblia entera. La primera Alianza no ha caducado por la nueva. Es la raíz y la fuente, el fundamento y la promesa. Es cierto que para nosotros, el Antiguo Testamento tiene su sentido a la luz del Nuevo Testamento, esto supone que sea acogido y reconocido en sí mismo (cf. 2 Tm 3,16). No se debe olvidar que, por su obediencia a la Torá y por su oración, Jesús, hombre judío por su madre la Virgen María, ha cumplido su ministerio en el sentido del pueblo de la Alianza. (…)

A lo largo de la historia, la existencia judía ha sido constantemente compartida entre la vida en el seno de las naciones y el deseo de una existencia nacional en esta tierra. Esta aspiración presenta numerosos problemas a la conciencia judía. (…)

Para este retorno y sus repercusiones, la justicia es puesta a prueba. Hay en el plano político, que afrontar diversas exigencias de justicia. Más allá de la diversidad legítima de las opciones políticas, la conciencia universal no puede rehusar al pueblo judío, que ha sufrido tantas vicisitudes en el curso de la historia, el derecho y los medios de una existencia política propia en medio de las naciones. Este derecho y estas posibilidades de existencia no pueden ser rechazadas por las naciones a aquellos que, a consecuencia de los conflictos locales como resultado de este retorno, son actualmente víctimas de graves situaciones de injusticia. Volvamos la mirada con atención hacia esta tierra visitada por Dios y tengamos la viva esperanza que sea un lugar donde podrán vivir en la paz todos sus habitantes, judíos y no judíos. Es una cuestión esencial, ante la que se encuentran colocados los cristianos como los judíos, de saber si la reunión de los dispersados del pueblo judío que se ha realizado bajo persecuciones y por el juego de las fuerzas políticas, será finalmente o no, a pesar de tantos dramas, una de las vías de la justicia de Dios para el pueblo judío, y al mismo tiempo que para él, para todos los pueblos de la tierra. ¿Cómo podrían los cristianos permanecer indiferentes a lo que se decide actualmente en esta tierra?

VI. Promover el conocimiento y la estima mutuas

(Nostra Aetate Nº 4)

La mayoría de los encuentros entre judíos y cristianos están aún hoy marcados por la ignorancia recíproca y a veces por una cierta desconfianza. Esta ignorancia ha estado en el pasado y podría ser en el futuro la fuente de serias incomprensiones y males peligrosos. Consideramos como una tarea esencial y urgente que los sacerdotes, los fieles y todos los responsables de la educación, a cualquier nivel, trabajen por suscitar en el pueblo cristiano una mejor comprensión del judaísmo, de su tradición, de sus costumbres y de su historia.

VII. La Iglesia y el pueblo judío

Israel y la Iglesia no son instituciones complementarias. La permanencia como un cara a cara de Israel y de la Iglesia es el signo de la inconclusión del designo de Dos. El pueblo judío y el pueblo cristiano están en una situación recíproca o, como dice San Pablo, de “celos” en vistas a la unidad, (Rm 11,14; cf Dt 32,21).

Su preocupación común ¿no serían los tiempos mesiánicos? Hay que desear que entren finalmente en el camino del reconocimiento y de la comprensión mutuas, y que, repudiando su enemistad antigua, se vuelvan hacia el Padre en un mismo movimiento de esperanza, que será una promesa para toda la tierra.